1 de Octubre 2022

Un día de tormenta. Me levanto y lo primero que hago es mirar la aplicación del tiempo de la BBC en mi móvil. La mañana empieza tranquila, y el viento y la lluvia no llegan hasta la hora de comer.
A las doce y poco de la mañana salgo a correr. Ya ha empezado a llover pero es una llovizna fina, y como aún hace calor, ni siquiera es molesta. Me he mudado a un lugar nuevo (del norte al sur de Inglaterra) y mi nueva ruta de correr no es tan bonita como la que tenía antes. Corro por calles tranquilas, cruzo una avenida transitada y paso por un parque rodeado de casas victorianas que aparentemente son de las más caras de la ciudad. El parque es un parche verde pequeño, pero los árboles son altos: hay castaños, robles e incluso una auracaria. El cesped está lleno de caracoles, así que siempre tengo que ir mirando para no pisarlos. En el parque veo muchos perros, todos de raza (ahí sí que se nota esta es una parte de bien) trotando al lado de sus dueños que los sacan a pasear. Pero como es la hora de comer hoy no hay casi nadie. Tampoco niños o bebés en carrito.
Mientras como, leo, y tengo que encender la luz porque aunque solo son las dos de la tarde el cielo está cubierto de nubes grises y blancas. El viento golpea la ventana y la lluvia es fuerte, con gotas tan gruesas que parecen de leche. Hace muchos años alguien me dijo que en las películas tenían que usar leche en vez de agua cuándo querían emular lluvia, porque el agua sola no se ve bien cuando se graba con las cámaras.
Pues que vengan aquí a filmar nuestras tormentas, pienso. Que nos llegan de todos tipos y colores con tantas clases de lluvia que seguro que cada una encuentra la que más le gusta.
Por curiosidad, miro en Internet si lo de la lluvia de leche en las películas es verdad. (Google ha matado la curiosidad y el encanto del día a día, porque ahora, en cualquier momento, puedes saber casi cualquier cosa). Parece ser que es solo un mito.
Me quedo pensando. Cuándo me contaron esa historia yo era una cría, y la persona que la contaba una adulta. Lo que confirma que a los criós les cuentan todo tipo de tonterías para hacer gracia. (O la persona en sí se había creído el mito, pero me hace más gracia pensar que me estaba tomando el pelo y que la mentira triunfó porque me he pasado años creyendo que lo que veía en las pantallas de la televisión eran litros y litros de leche de vaca duchando a los pobres actores).